Desde la Puerta de Alcalá me cuesta ver el cielo, a través de artificios de neones y leds que esperan su momento de gloria cuando se pone el sol. Al fondo, apenas distingo la Cibeles, liberada de este techo de luces apagadas, siempre intentando llegar a la Gran Vía, donde otro artesonado de gatos buscando estrellas pone un velo entre el cielo y la tierra. Pongamos que hablo de Madrid.
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