Cuando voy a mi trabajo en la construcción de la Iglesia de Sagrada Familia voy mirando por la ventana, y me entretengo con lo que me toca ver de este mundo, el camino, los cerros, el cielos, las aves, las hojas que arrastra el viento y el Volcán Peteroa que nunca deja de emitir sus pulsos de vapores, rocas y lava. Siempre lo están monitoreando. Al final uno se acostumbra a todo, ya no me da susto.
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Humboldt, que llegaría a ser el naturalista más renombrado de su tiempo, es hoy una figura arrinconada en la historia de la ciencia. Es paradójico, porque resulta muy difícil visitar alguna parte del mundo donde su apellido no haya bautizado algún lugar o algún fenómeno natural: la corriente de Humboldt junto a la costa de Chile y Perú, sierra Humboldt en México, pico Humboldt en Venezuela, el río Humboldt en Brasil, la bahía Humboldt en Colombia, el glaciar Humboldt en Groenlandia, montañas en China, Sudáfrica, Nueva Zelanda y la Antártida, cataratas en Tasmania y Nueva Zelanda, cientos de plantas y animales y hasta una de las manchas de la Luna, el mar de Humboldt. Pero eso son solo nombres, ¿verdad? Y el caso es que el de Humboldt no aparecería hoy en ninguna lista de los 10 o 20 grandes investigadores que han transformado el mundo.
Con independencia de sus grandes y variados logros científicos, la vida de Alexander von Humboldt (Berlín, 1769-1859) es de las que merecen contarse, qué duda cabe. Naturalista, aventurero y hasta guapetón —si hemos de dar crédito al retrato que le hizo Weitsch a los 36 años—, Humboldt fue el gran geólogo y ecólogo de la primera mitad del siglo XIX, y seguramente el científico más conocido de su época.
Hijo de un oficial de Federico el Grande y de una hugonote que había salido pitando de la Francia de Luis XIV, y que lo crio con rigidez calvinista, mal estudiante de niño, menos interesado en la literatura y la ciencia que en alistarse en el Ejército para librar lejanas batallas, tuvo que hacer un curso de ingeniería para enamorarse de la botánica, y después de toda la ciencia. Educado por destacados intelectuales de la Ilustración, tuvo ocasión de conocer —y de asombrar— a los pensadores, estadistas y científicos más destacados de su tiempo.
Y su influencia sobre otros pensadores y científicos posteriores fue aún mayor, y en parte pervive hasta nuestros días. Inventó las isotermas y las iso-baras, esas líneas que unen los puntos de igual temperatura o presión que nos enseña la mujer del tiempo en la tele; descubrió el ecuador magnético de la Tierra; percibió la profunda semejanza que muestra la vegetación en todos los lugares del planeta cuando las condiciones ambientales son similares; al lector le bastará subir al Teide, como hizo Humboldt con ese y otros volcanes gigantescos, para contemplar todos los paisajes que ha visto en su vida en la Europa continental, por ejemplo.
De todos su viajes, el primero y más importante fue seguramente la exploración de lo que hoy llamamos Latino-américa, y en particular de Venezuela. De forma inesperada, el presidente del Gobierno español en la época, Mariano de Urquijo, le facilitó un pasaporte para explorar sus colonias americanas, algo que hasta entonces había sido un privilegio exclusivo de los militares españoles y de la misión católica romana. Esta cerrazón al mundo era, precisamente, lo que hacía del sur y el centro de América un territorio de enorme interés para un investigador. Ni siquiera los mapas de México, California y el sur de Estados Unidos eran correctos hasta que el aventurero alemán los rehízo, para deleite de Jefferson, que tenía un enorme interés en anexionar esos territorios a la emergente Unión. En una cosa discrepaba el alemán del presidente: en su rechazo al esclavismo, cuya abolición tendría que esperar a Lincoln, la cuarta cabeza de Rushmore.
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Esta foto es un registro gráfico que muestra a dos automotores del FCM en tándem. Son además de dos modelos diferentes. El que está adelante es de los llegados pasada la mitad de los años 50s, y el de atrás es de los llegados a principios de los 60s, que fueron los últimos automotores llegados al Cajón.
Funcionaban también una llamadas micro-carril fabricadas desde octubre de 1940 en Santiago por la Maestranza Copetta y Robin.
El niño rubio del primer plano es quien nos regala sus fotos. Gracias Ryan.
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No. 7 en álbum del Pacífico de Fanshawe, 1849 - 52. subtituladas por el artista en la página de álbum debajo de la imagen, como el título. Un dibujo de Fanshawe la grabación de su enfoque a Valparaíso en el Daphne, que se muestra a la derecha. Le escribió a su esposa más tarde el 18: "Esta mañana a la luz del día, vimos toda la gama de los Andes, que se extiende desde el pico del Aconcagua hacia el sur .... El ambiente era tan claro, que en un principio la tierra se informó a a la vista a unos 20 kilómetros de distancia, y esto fue Aconcagua, 22.300 pies de altura, y distantes 170 millas. Como yo estaba buscando vi el borde de este hermoso cono convertido de repente en un color oro brillante, que se convirtió poco a poco más brillante, y me estiré a lo largo de la parte superior de la gama a la derecha, y en dos minutos el punto de que el sol aparecía superior, a continuación, todo el orbe, y Aconcagua se desvanecieron. Sin embargo, como el día avanzó que ... vio toda la gama entre Aconcagua y Peteroa volcanes tan claramente como si hubieran sido cortado de la mesa de trabajo, a pesar de su distancia varía desde 170 hasta 130 MILLAS ... '(Fanshawe [1904] p 0,174). Aconcagua es, de hecho, 22.481 pies (6.962 m), la montaña más alta de los Andes, las Américas y el más alto fuera de Asia. Es más o menos al este de Valparaíso, Chile (en esta base de tiempo de la escuadra británica del Pacífico), pero es en sí mismo, en la provincia argentina de Mendoza. Fanshawe más tarde vio desde mucho más cerca.-
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La DIBAM se ha propuesto difundir el Imaginario Grafico de Chile, a través de un Album muy completo de los que ha sido el diseño Grafico en el pais, en especial el siglo XX. No te lo puedes perder. www.disenonacional.cl/slides/proyecto/
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