Proceso inquisitorial del Tribunal de Toledo vs Elena de Céspedes, alias Eleno de Céspedes nacida en 1545, cirujana española en 1587, una de las primeras de España.
Proceso de fe de Elena de Céspedes, 1587 se compone de 8 fojas.
Archivo Histórico Nacional de España, INQUISICIÓN, 234, Exp.24
Transcripción - Elena y Eleno de Céspedes
natural de Alama, esclava y después libre, casó con un hombre y tuvo un hijo; después y muerto su marido se vistió de hombre y estuvo en la Guerra de la Morisca de Granada, se examinó de cirujano y se casó con una muger, fue presa en Ocaña y llevada a la Inquisición donde se le acusa y condena por desprecio al Matrimonio y tener pacto con el Demonio.
Sentenciada a salir al Auto público de fe que se celebró en la Plaza del Zocodover de Toledo el Domingo 18 de Diciembre de 1588, al que sale en forma de penitente con coroza e insignias que manifestaban su delito; abjuró de levi; y se le dieron cien azotes por las calles públicas de Toledo y otros cien por las de Ciempozuelos; reclusión de diez años en un Hospital para que sirviera sin sueldo en las enfermerías.
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El auto de fe era un acto público organizado por la Inquisición en el que los condenados por el tribunal abjuraban de sus pecados y mostraban su arrepentimiento —lo que hacía posible su reconciliación con la Iglesia católica— para que sirvieran de lección a todos los fieles que se habían congregado en la plaza pública o en la iglesia donde se celebraba (y a quienes se invitaba también a que proclamaran solemnemente su adhesión a la fe católica).
El mencionado era el sentido buscado del auto de fe, en el que, en contra de lo que suele creerse, no se ejecutaba a nadie, sino que los condenados a muerte —los relapsos (reincidentes)— eran relajados al brazo secular, es decir, entregados a los tribunales reales que eran los encargados de pronunciar la sentencia de muerte —la Inquisición era un tribunal eclesiástico y no podía condenar a la pena capital— y de conducir a los reos al lugar donde iban a ser quemados —estrangulados previamente si eran penitentes, y quemados vivos si eran impenitentes, es decir, si no habían reconocido su herejía o no se arrepentían—.
El auto de fe que se realizaba discretamente en las dependencias de la Inquisición se llamaba autillo.
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Un siglo antes del nacimiento de la Monja Alférez, mujeres como Estebanía de Valdaracete o Elena Céspedes, vivieron como hombres y llegaron a casarse con una mujer. Valdaracete había sido declarada hermafrodita por un médico, mientras que en 1587 el médico Eleno Céspedes no pudo sostener tal condición al ser descubierto y fue recluida en un hospital por la Inquisición.
En la actualidad, cuatro siglos después, estos personajes resultan atractivos para la crítica como ejemplo de la inestabilidad y relatividad de la noción de género en la construcción de la identidad de un individuo. Es difícil imaginar todo el dolor que llevaron en España en su época.
LA MONJA ALFEREZ
Fue descrita Catalina de Erauso a sus 34 años «alta y recia, de apariencia más bien masculina, no tiene más pecho que una niña [...]. De cara no es muy fea, pero bastante ajada por los años. Su aspecto es más bien el de un eunuco que el de una mujer [...]. Viste de hombre, a la española; lleva la espada tan bravamente como la vida». El retrato de Juan van der Hamen, con golilla, alzacuello de hierro y coletillo de ante muestra a una mujer de melena corta, mirada adusta, gesto serio y un tanto ausente.
SU PASO POR CHILE
Llegó a Chile durante el segundo gobierno de Alonso de Ribera por 1612. Su ejército arrasó las tierras y los bienes de los mapuches, mostrando su lado belicoso como conquistadora al masacrar muchos indígenas.
En Chile fue acogida por el secretario del gobernador, quien era su hermano, don Miguel de Erauso, pero se dice que no la reconoció.
Permaneció tres años por acá hasta que, debido a una disputa con su hermano (posiblemente por otro lío de faldas), fue desterrada a Paicaví, tierra de indios.
Allí luchó al servicio de la corona en la Guerra de Arauco contra los mapuches, ganando fama de ser valiente y hábil con las armas y sin revelar que era una mujer.
En batalla recibió el grado de alférez. En la batalla de Purén murió el capitán de su compañía y ella asumió el mando, ganando la batalla.
Sin embargo, debido a las múltiples quejas que existían contra ella por su crueldad contra los indios, no fue ascendida al siguiente rango militar.
Esta frustración provocó que por un tiempo se dedicará a cometer actos vandálicos, como asesinar a cuanta persona se le atravesaba en el camino, provocar numerosos daños y quemar sembrados enteros.
En Concepción asesinó al auditor general de la ciudad, por lo que fue encerrada en una iglesia seis meses. Tras ser liberada, asesinó en otro duelo a su hermano Don Miguel de Erauso, siendo nuevamente encarcelada ocho meses. Me pregunto en cual de todas estas hazañas estarían pensando los que bautizaron una calle con su nombre en Santiago.
HUIDA A OTRAS REGIONES
Más tarde huyó a la Argentina cruzando los Andes, a través de una ruta de difícil tránsito. Fue recogida al borde de la muerte por un lugareño y llevada a Tucumán, donde prometió matrimonio a dos jóvenes, la hija de una viuda india (la cual había acogido a Catalina en su finca durante su convalecencia) y la sobrina de un canónigo.
Terminó huyendo de allí sin casarse con ninguna de ellas, aunque conservó el dinero y las prendas de vestir de Holanda que le regaló la sobrina del canónigo como señal de amor.
Después marchó a Potosí, donde se hizo ayudante de un sargento mayor, y volvió nuevamente a pelear contra los indios, participando en grandes matanzas en Chuncos.
En la Plata (Chuquisaca) fue acusada de un delito que no cometió, fue torturada y finalmente fue puesta de nuevo en libertad (sin desvelarse su identidad). Una vez fuera de prisión, se dedicó a traficar trigo y ganado a las órdenes de Juan López de Arquijo.
Un nuevo pleito la obligó por enésima vez a refugiarse en una iglesia. En Piscobamba, por rencillas de juego, mató a otro individuo. Esta vez fue condenada a muerte, pero fue salvada en el último minuto.
A continuación permaneció en asilo en sagrado otros cinco meses en una iglesia en la Plata debido al duelo con un marido celoso.
Cuando se trasladó a La Paz, fue condenada otra vez a muerte por otro delito. Para escapar, fingió confesarse y, tras apoderarse de una hostia consagrada, huyó a Cusco.
Tras descubrirse su secreto y convertirse en una celebridad en América, Catalina de Erauso vivió dos años enclaustrada en un convento de Lima protegida por el obispo de la ciudad. Al descubrirse que nunca había profesado en San Sebastián, fue exclaustrada y regresó a la península ibérica.
VUELTA A EUROPA
La fama de la Monja Alférez cruzó el Atlántico y fue recibida por el mismo rey de España, Felipe IV, y se entrevistó con el papa Urbano VIII, que le otorgó permiso para vestir y firmar como hombre.
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asumir la homosexualidad en los años 60 en Chile era imposible, estaba incluso penado por ley. Ni que hablar del obispo de la época, ese que prohibió los bikinis.
Han pasado más de 50 años desde que Monseñor Emilio Tagle le declaró la guerra al bikini en Valparaíso. Aunque parezca increíble, el Arzobispo de Valparaíso había emitido una pastoral en la que advertía que las mujeres que usaran estas prendas podían dejar de recibir los sacramentos por parte de la Iglesia.
Lo curioso, destacaba La Estrella de Valparaíso el 8 de enero de 1969, era que la “prohibición del bikini rige sólo para las playas de la diócesis de Valparaíso, no así para las de Santiago, situadas al sur de Laguna Verde, o las de Aconcagua, al norte de Maitencillo”.
Monseñor Emilio Tagle Covarrubias, el mismo que trasladó el Seminario Mayor de Valparaiso junto al Santuario de los Vasquez, y con la ayuda de muchos, construyó un hermoso edificio donde se han formado ya más de 100 sacerdotes para la Diócesis de Valparaíso y otras diócesis de Chile. El seminario últimamente ha destacado en las noticias por los escándalos de abuso homosexual contra los seminaristas.
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Recién en el siglo XIII comenzó a representarse a San Sebastián como un efebo desnudo martirizado a flechazos, atado por la espalda a una columna o un árbol, y solo en el Renacimiento esta representación se volvió hegemónica, pues constituía un buen motivo para explorar un interés ciertamente más pagano por el desnudo clásico. De ahí
en adelante, las representaciones de San Sebastián forman un verdadero catálogo de la belleza masculina.
Si la figura del santo alcanzó popularidad en la Edad Media al
ser invocado contra la peste, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX se hacía perceptible una importante variación de su sentido, cuando Sebastián se transformó en una suerte de patrono “comprometedor e inconfesable de los sodomitas u homosexuales, seducidos por su desnudez de efebo apolíneo”, como dijera el iconógrafo Louis Reau en los años 50.
En las últimas décadas, San Sebastián se ha convertido en un verdadero icono de la cultura gay y en tal condición su figura ha sido explorada en el cine, la literatura y las artes visuales por figuras como Yukio Mishima, Dereck Jarman y Pierre et Gilles.
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La Princesa Borbón era de origen gallego. Llegó a Buenos Aires en 1899 y luego estaba en Santiago. Se cuenta que era tan hermosa que en Santiago de Chile un joven llegó a suicidarse por ella. Trabajó como bailarina en Moulin Rouge de Río de Janeiro. Se presentó en el congreso nacional de Paraguay solicitando una pensión como viuda de un guerrero, y llegó a acumular gran fortuna de la cual vivió en sus años de vejez; pero su nombre real era Luís Fernández.
La Princesa de Borbón, fue parte de un grupo de hombres que se vestían de mujer a principios del siglo XX en países de América del Sur. La principal razón de travestirse era estafar y robar a los incautos que caían en sus garras. A este grupo de mujeres se les llamó Los Ladrones Travestis y se les reconocía como conocedores de la calle. Cuando aparecía algún agente, se subían a un carruaje de algún cómplice y, daban la vuelta a la manzana para luego alejarse en los tranvías eléctricos.
Se les describían como personas finas y cultas. Adoraban la música, la poesía, las flores y la costura. Cuando se les detenía, “lloraban como niñas” y, entre llantos, declaraban trabajar de peinador de damas. Se dice que en verdad conformaban una auténtica unión que se protegía mutuamente, formando sociedades y organizando bailes en burdeles a los que también acudían algunos niños bien, deseosos de nuevas experiencias”.
La Princesa de Borbón, o Luis Fernández, fue el más popular de estos personajes. Era alto, de suaves rasgos, voz aflautada y grandes ojos. Solía usar un sombrero negro adornado con una enorme pluma. Utilizaba buen calzado con medía negra con detalles calados. Fernández fue detenido al menos unas veintidós veces.
Otros lugares de Sudamérica también fueron testigos de sus aventuras. En Lima se hizo pasar por la hija de un millonario mexicano, hospedándose en un lujoso hotel, junto a otro travesti que le servía de ayudante: “La bella Otero”. De allí viajó a Chile donde enamoró a un joven aristócrata, quien al enterarse de su real identidad no soportó las burlas y se suicidó. Y como broche, se mostró en el Club Social de la ciudad uruguaya de Rivera nada menos que de la mano del comisario. Adquirió también cierta fama como bailarina de importantes cafés en Montevideo, Santiago de Chile y Río de Janeiro. Ya retirada la Princesa, Fernández pasó apaciblemente el resto de su existencia en Buenos Aires, disfrutando de los grandes ahorros acumulados en su ajetreada juventud.
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